Desde hace miles de años la forma de comunicarse el ser humano no ha dejado de evolucionar. Primero fue a través de la comunicación oral entre los miembros de la tribu. Después, los mensajes los transportaba una persona andando de un lugar a otro (o una paloma), y más tarde a caballo, en barco o en tren.
Cualquiera de estas formas de transmitir un mensaje suponía un retraso de días, semanas, o incluso de meses en llegar a su destino, que podía ser al otro lado del mundo. Pero todo cambió con la invención del telégrafo, que es un dispositivo que emplea señales eléctricas para la transmisión de mensajes de texto codificados y, décadas más tarde, el código Morse, en 1837, cuyo nombre se debe a su inventor, Samuel Morse. Este código se puede considerar binario al estar formado por tres elementos: punto, raya y espacio, y que podía transmitirse a través de los cables eléctricos.